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Mañana todos estaremos muertos… Otra vez


Como hemos visto los últimos años, el deseo de una próxima destrucción se presenta cada vez con más frecuencia. Porque es necesario entender, que detrás de esos intentos por predecir el fin del mundo, lo que tenemos es un deseo oculto de que esto suceda.

Para esto los difusores y creadores de teorías de la conspiración han encontrado un terreno muy fértil y han aprendido a capitalizarlo. Ya no se presentan a sí mismos como visionarios o receptores de una revelación. Ahora solo “divulgan” o “informan” sobre posibles desastres (sin hacerse responsables, claro, de la difusión de esas ideas absurdas). 

Así lo que nos dicen ahora, si los compromete, como en el caso de una predicción de este calibre, lo hacen desde cuentas de Youtube o blogs bajo pseudónimos, que después retoman tranquilamente y usan como una “versión” de la verdad.

Así predijeron el fin del mundo para el pasado 21 de agosto y no contentos con esto, ya habían lanzado el día de mañana (23 de septiembre) como otro posible fin de los días. 

¿Pero qué hay detrás de esto? Es sencillo. Podemos comprenderlo como códigos integrantes de un programa de autodestrucción.

Es curioso, pero esos “avatares” de la paz y el amor, los creyentes de teorías de la conspiración y también algunos religiosos, son piezas cruciales del apocalipsis que pregonan. Impulsan simbólicamente el caos y la destrucción. 

Tal vez por eso siempre los tengamos al umbral de lo que consideran como una justa batalla contra la realidad del cambio climático, como opositores férreos y activos de cualquier cosa que suene a avance, a los cambios; y están prestos a tomar para sí la mentira y a manipular a sus seguidores, a pesar de que se consideren a sí mismos como totalmente contrarios a lo que llaman manipulación mental.

La realidad es que la humanidad terminará algún día y que hay acontecimientos históricos importantes que podríamos considerar como “fines del mundo”. La catástrofe de Pompeya, la caída de Roma, el fin de la civilización Maya, la conquista de Tenochtitlan, se nos presentan como fines de los mundos conocidos. Como el paso de un tiempo a otro, como una puerta a lo desconocido. El hombre como especie, nuestra humanidad, los individuos, somos finitos. Tuvimos un origen y, nos guste o no, también tendremos un fin.

Pero eso no sucederá mañana… o quién sabe. Puedo apostar, a pesar de esa incertidumbre, que no se tratará de una “predicción acertada” sino más bien de una más que posible coincidencia después de intentar predecir una y otra vez el fin del mundo. Si la humanidad predice el fin del mundo siempre y todos los días, seguro llegará el día en que lo encontrará. Pero no podemos vivir nuestras vidas con miedo, porque lo que habremos vivido será nuestra propia muerte.

Ahora que estamos parados sobre tiempos difíciles se requiere de un impulso que nos aleje de pensamientos tan nocivos y que nos llenen de esperanza, ¿qué les parece la palabra “solidaridad” o “empatía” para comenzar?

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